Estimados hermanos y hermanas en Jesús Resucitado:
Al regocijarnos en este Día de Pascua y durante los 50 días de la temporada pascual, ¿no resuena una y otra vez el eco de las palabras del salmista: “¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia! (Salmo136:1)?”. La misericordia de Dios se revela de una forma tan clara e intencionalen la Muerte y Resurrección de su Hijo Unigénito, enviado para ser nuestro Salvador y Redentor precisamente por su victoria sobre el mal, el pecado, el sufrimiento y la muerte eterna.
Sí, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, 1). En sus palabras y actos, se nos revela cuánto nos ama Nuestro Padre y cómo nos envuelve su misericordia.Encontramos su misericordia cada vez que recibimos el Sacramentode la Penitencia, que el Señor Resucitado instituyó y dio a sus apóstoles y, por conductosuyo, a su Iglesia en esa primera noche de Pascua. En la Última Cena, Jesucristo instituyó los Sacramentosde la Sagrada Eucaristía y de las ÓrdenesSagradasque, de cierta manera, se confirman con su Muerte en la Cruz y su Resurrección en la Pascua. En su nuevo mandamientode amor, el Señor revela la profundidad de la misericordia delPadre hacia nosotros y la correspondiente misión que nos encomienda de ser heraldos convincentes de esta divina misericordia ante todos los que encontremosa nuestro paso.
Sí, con la Muerte y Resurrección de Jesucristose revela con gran claridad la misericordia de nuestro Señor para que, a la vez, nos convirtamos en sus heraldosa diario.
Los tendré presentes en mis oraciones, particularmente en la Pascua y en toda la temporada pascual. Conun cordialsaludo.
Fielmente en el Corazón de Cristo,
Monseñor Paul S. Loverde
Obispo de Arlington