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¿Puedo ser Santo yo también?

Padre Alexander Díaz

ADOBESTOCK

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Hace unas semanas tuve un encuentro de formación con jóvenes y adultos y en una de las charlas que impartí había un espacio para hablar sobre la santidad. Dentro de los diálogos que tuvimos, les hice esta pregunta: “¿Te gustaría ser santo?” y hubo muchas respuestas y comentarios en su mayoría no muy positivos, uno de ellos me dijo: “¿Santo, yo? No creo que eso pase porque soy demasiado pecador y mi corazón es duro”; a lo que respondí, “¿pero sí te gustaría ir al cielo?”, y me dijo, “claro que sí, santo no creo que sea, pero ir al cielo sí creo que puedo ir”. Me causó mucho asombro que no se diera cuenta que aspirar y trabajar por ir al cielo es lo mismo que trabajar por ser santo, porque todo aquel que es santo, está en el cielo.

Debemos entender algo y tenerlo muy claro, la santidad es la vocación universal a la que todos estamos llamados y debemos aspirar. Por el bautismo nos convertimos en hijos de Dios y, por lo tanto, adquirimos automáticamente esa vocación, ese llamado que debe inquietarnos cada día y a cada momento, porque el cielo es la meta y debe ser el gran sueño de todo cristiano. El bautismo nos brinda una nueva dignidad, un nuevo linaje, y nos entrega la capacidad de aspirar a lo más grande que es vivir junto a Dios por toda la eternidad.

El diálogo que tuve con estos hermanos me hizo pensar que muchos tienen la idea errónea de santidad y creen que está reservada a unos pocos; o quizás, sólo sacerdotes, obispos y religiosas pueden aspirar a este don. No debemos caer en la tentación de sentirnos excluidos.

Me gusta mucho lo que San Josemaría Escrivá decía sobre la Santidad: “Dios nos quiere santos, vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad. Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: hæc est voluntas Dei: sanctificatio vestra, ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima”. (Amigos de Dios, Capitulo1, Punto2.-www.escrivaobras.org/book/amigos_de_dios-punto-2.htm).

Ser santo, por tanto, es un don gratuito de Dios que debemos amar y estimar. Ahora bien, usted se podrá preguntar, y ?cómo hago para conquistar esa cima, tan difícil y casi imposible? Pues, la respuesta es simple. Se adquiere viviendo cada día ante la presencia de Dios, haciendo, viviendo y cumpliendo su voluntad, santificando cada espacio y cada detalle de nuestra vida; no importa lo que seas — jardinero, cocinero, maestro, economista, político, mesero, religioso — los títulos y posiciones no tienen nada que ver, lo único que importa es que nos enamoremos cada día más de Cristo, y que sigamos sus huellas. Que nos cristifiquemos y nos asociemos a Él y solamente a Él. Y esto se logra viviendo con alegría los sacramentos, especialmente la confesión frecuente, la eucaristía diaria — si tienes el espacio para hacerlo — y vivir y preparar la eucaristía dominical con mucha devoción y amor. Buscando a Dios en las cosas pequeñas de la vida; por ejemplo, siendo sinceros y transparentes con nosotros mismos, haciendo y cumpliendo nuestros deberes con responsabilidad, viviendo con alegría nuestra fe, no por obligación o porque nos vean, sino porque es una responsabilidad divina; al mismo tiempo, ofreciendo los sacrificios y sufrimiento de nuestro diario vivir, porque sin cruz no puede haber santificación, la cruz y el sufrimiento son vitales.

En conclusión, sólo seremos santos si lo deseamos y trabajamos por ello, sin olvidar nunca que somos elegidos de Dios desde antes de nuestro nacimiento, y que somos amados por Dios desde siempre. Por ello, no debemos nunca dejar de pensar que cada cosa que hacemos debe ayudarnos a subir un escalón más al cielo, y no debemos dejar pasar ninguna oportunidad para acercarnos a Él, porque Él nos amó primero y nos acompaña en este caminar. Quizá, en algún momento nos desanimemos, pero no te preocupes, eso también es parte del proceso. Me acuerdo mucho de una frase que se nos repetía en el seminario sobre lo que Santa Teresita del Niño Jesús decía: “En lugar de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad”. No olvides, el cielo es la meta, y si nos vamos al cielo, eso quiere decir que seremos santos para toda la eternidad.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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