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Adviento, tiempo de gracia y reflexión

Padre Alexander Díaz

ADOBESTOCK

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Cada año, la iglesia nos propone un precioso tiempo de preparación para recibir a Jesús en su natividad. Es un tiempo de gracia y reflexión que debe disponernos a valorar la encarnación de Jesús, que se hace uno de nosotros menos en el pecado. A este tiempo especial la iglesia le llama adviento. El término adviento viene del latín adventus, que significa venida, llegada; por ende, se entiende que es tiempo para preparar la llegada del Mesías.

En todas las iglesias y también en algunos de nuestros hogares se colocó y preparó una corona con cuatro velas, tres de color morado y una de color rosa — es la corona de adviento — que nos recuerda el camino de preparación que estamos recorriendo. Las velas que se encienden cada semana nos recuerdan el camino de la luz que poco a poco se va enciendo e iluminando las tinieblas de la oscuridad del pecado; luz que se encenderá por completo en la noche santa de la Navidad. De hecho, en la primera lectura de la misa de medianoche el profeta Isaías deja bien claro cuando afirma: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” (Is.9,1). Es el cumplimiento de las promesas de Dios al enviar a su hijo al mundo. Esas velas encendidas son la luz de la verdad, que con entusiasmo vamos encendiendo en este caminar de esperanza del adviento.

El color morado es un recordatorio de sacrificio y preparación, porque es un tiempo de meditación, de silencio, de espera, de vigilia ante la venida del Señor; por ello, es importante hacer una confesión profunda que destruya las tinieblas del pecado de nuestras vidas y nos traiga luz.

La corona de adviento no es una simple decoración para el templo y para el comedor de la casa, es mucho más que eso, porque debe hacernos entrar en comunión con Dios en este camino preparatorio.

Siempre aconsejo que durante estas cuatro semanas nos dispongamos a vivir desde cuatro diferentes dimensiones. Primero, a hacer oración en familia. Cada vez que se encienda una vela, debemos reunirnos en familia y hacer una oración con una petición diferente. Hay tanto por lo cual pedir y tanto que ofrecer, no debemos de olvidar que este tiempo también debe ayudarnos a aumentar nuestra vida de oración. Segundo, debe ayudarnos a practicar el amor y el servicio al prójimo. El prójimo es la persona que está a nuestro lado, es el rostro de Cristo que sufre y que necesita de nosotros; por ende, debemos fomentar la caridad con aquellos que conocemos y con los que no conocemos, siendo honestos, transparentes y mostrando la alegría de ser cristianos. Tercero, haciendo presente a Jesús con acciones concretas, cumpliendo propósitos que nos ayuden a intensificar más nuestra vida de santidad. La presencia de Jesús en nuestra vida debe hacernos cambiar nuestra forma de vivir y de pensar, nuestra forma de comportarnos y no olvidar que siempre debemos ser el reflejo de Cristo. Finalmente, para el cuarto punto debemos abrir nuestros corazones a la escucha de la Buena Nueva del Evangelio con alegría. Escuchar la palabra de Dios con seriedad nos brinda alegría y paz, y esta paz nos brindará siempre alegría por sabernos hijos de Dios amados siempre por él, y esa debe ser la razón más grande para recibirle.

Esta preparación espiritual debemos vivirla con mucha profundidad y dedicación, entrando en una meditación lenta y transparente, buscando siempre una forma nueva para recibir a Jesús en nuestras vidas. El adviento usualmente invita a hacer una preparación basada en una triple finalidad porque nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro.

Finalmente, no debemos olvidar los grandes temas que se desarrollan en estos domingos de adviento que nos invitan a esperar vigilantes y alegres a Aquel que viene “a llenar nuestros deseos y superar nuestras esperanzas”; a fortalecer la esperanza en medio de una realidad marcada por estructuras de pecado pero cuyo destino ya está determinado por la victoria de Dios y la renovación de todo; a convertirse y volver al Señor en cuanto sólo Él puede dar al hombre aquella plenitud de vida que el pecado le ha arrancado; a acoger la Palabra hecha carne y que se hará presente en Jesucristo y su Misterio de Encarnación.

Feliz aviento para todos.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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