Nuestra amada Iglesia Católica ha tomado muy enserio
este tiempo de Cuaresma, se nota que nuestra gente ha tomado
conciencia de su significado de penitencia, oración,
ayuno, abstinencia y sobre todo de la práctica de las
obras de misericordia.
Se siente la presencia masiva en todas las parroquias de
nuestra Diócesis de Arlington, los miércoles
por ejemplo cuando la luz está encendida en los
confesionarios hemos podido constatar que las filas de los
penitentes son largas, y hay un ambiente de recogimiento que
invita al perdón y la reconciliación.
Cada viernes al participar en el Santo Viacrucis o en las
estaciones de la Cruz sería importante que
además de fijarnos en la figura central que es el
mismo Cristo Jesús reflexionáramos sobre los
clavos que también sostuvieron el cuerpo de nuestro
Salvador y redentor.
Dios, por boca de sus santos profetas ofreció la
restauración de todo lo malo, ofreció cambiar
el corazón, darnos el pan de cada día,
esperarnos con una corona de gloria, regalarnos el
paraíso, pero lo que no nos ofreció fue el
quitarnos el dolor porque a través de Él nos
vamos a purificar, es por eso que al contemplar los clavos en
la Cruz entendemos la crueldad, la maldad y las malas
intenciones de la humanidad. Esos son los Clavos calientes
que nunca van a desaparecer, lo importante es, no quedarnos
con ellos.
Si uno de esos clavos es el tuyo, trata de deshacerte de el
con penitencia oración y arrepentimiento, antes que te
marque huellas.
Allá en el monte calvario se hallaba en mudo silencio,
esperándolo en la cruz de madera, donde se
perennizaría para siempre el pacto de amor más
grande de la historia, la alianza de perdón entre Dios
y el hombre, el sello que podría punto final a la
agonía de un Dios amor, que entregaba su vida
voluntariamente para que los pecadores vivan. De sus manos y
pies brotaba la sangre que lavaría toda inmundicia
humana, devolviéndole al pecador la dignidad que la
había perdido cuando desnudo huía de la
presencia de Dios por la culpa.
Eran los clavos los que con rudeza rompieron y desgarraron
esas manos Santas, que para bendecir estaban abiertas y para
condenar se habían cerrado.
Eran los clavos que con afiladas puntas, sin respetar sus
pies benditos atrevidamente y sin piedad los destrozaron en
complicidad con el martillo y con el odio malévolo de
los soldados despiadados y guiados por la fuerza del maligno.
¿Por qué sus manos, y porque sus pies?
¿Por qué tenían que torturarlos sin
piedad, como manos y pies de reo sin sentencia? ¿Por
qué esos clavos tuvieron que ser instrumentos de odio
y venganza en aquellas conciencias que eran carbones
encendidos del mismísimo infierno?
En esta cuaresma podemos reflexionar la actitud de
Jesús: "Tu carne Jesús nunca reclamo nada, las
Escrituras tenían que dar fiel cumplimiento, y aunque
pudiste gritar y revelarte no lo hiciste, porque tu si sabias
que los clavos calientes se los lleva en el alma, y tu alma
siempre estuvo en sintonía con la voluntad del Padre."
Cada vez que pecamos, cada vez que traicionamos o criticamos
injustamente y herimos a un ser querido, estamos clavando de
nuevo un gran clavo en el corazón de Cristo.
Te pregunto: ¿Cuándo fue la última vez
que te confesaste? ¿Cuándo fue la última
vez que pediste perdón? Pues Cuaresma es la gran
oportunidad de hacerlo. Dios Te Bendiga