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‘Y serán mis testigos’

Padre Alexander Díaz

ADOBESTOCK

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Pentecostes marca el inicio de la misión universal de la Iglesia hasta los confines del mundo. El gran acontecimiento de Pentecostés marca un hecho histórico en la vida de la Iglesia, es un antes y un después en aquellos once hombres que tenían sus corazones llenos de duda y de temor, es lógico, habían visto a Jesús padecer y ser perseguido por su misma gente, que no fue capaz de entender el mensaje del evangelio y prefirieron crucificarlo antes de aceptar su mensaje. Con la llegada del Espíritu Santo, se marca un después, porque los discípulos se vuelven testigos auténticos de la verdad, del mensaje dado por el maestro que antes de partir les dejo bien claro que recibirían esa fuerza de gracia que los haría testigos cualificados, les dijo: “Recibirán una fuerza, la del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos” (Hch 1, 8) esta frase en boca de Jesús es una afirmación verdadera que ellos recibirán de Dios mismo la fuerza necesaria para continuar anunciando y construyendo su Reino en la historia humana.

Los apóstoles, y con ellos todos los discípulos que convivieron con Jesús, son enviados como “testigos” como a proclamar por el mundo lo que habían visto y oído (Hch 4, 20), con una fuerza y con un valor inimaginable. Nadie podía parar aquella alegría y entusiasmo evangelizador. Dejaron de ser ovejas y se convirtieron en pastores, en heraldos que sin miedo anunciaban y denunciaban el evangelio vivo de Jesús. Y es que es lógico, cuando el cristiano descubre a través de Jesús lo que quiere decir ser hijo de Dios, descubre también que es enviado. Nuestra vocación y nuestra identidad de hijos se realizan con la misión, yendo hacia los demás como hermanos. Todos estamos llamados a ser apóstoles que testimonian con su vida y luego, si hace falta, con la palabra, y los aquellos once fueron aún más allá que del testimonio y la palabra, fueron capaces de testificar incluso con su propia vida.  Somos testigos cuando adoptamos el estilo de vida de Jesús. Es decir, cuando cada día, en nuestro entorno familiar, laboral, de estudio o de ocio nos acercamos a las personas con espíritu de acogida y con ánimo de compartir, pero teniendo en el corazón el gran proyecto del Padre: la fraternidad universal.

“Él transforma el interior de los creyentes dándonos la posibilidad de decir: ‘Jesús es el Señor’ y de invocar a Dios como Abbá, Padre, poniendo en nuestros labios una oración que el espíritu humano no sería capaz de suscitar por fuerza propia, porque solo con esa poderosa luz del Espíritu podemos hacerlo. Él profundiza la capacidad de nuestras mentes concediéndonos penetrar en el misterio de Dios y gozar de la experiencia de su gracia. Él cambia la vida de los discípulos de Jesús haciéndonos transformar la vida mundana y abierta al pecado y dándonos fuerza para vivir en el amor mutuo, el gozo, la paz, la magnanimidad, la paciencia, la fidelidad. Solo el  Espíritu del Señor nos cambia y nos hace ser uno cuando celebramos la Eucaristía congregarla en la unidad y en la paz” (Juan M. Velasco, Misa dominical, P 10).

Nunca debemos olvidar que el día de nuestro bautismo  hemos recibido el Espíritu Santo como un regalo preciado, y se nos ha dado en plenitud el día de nuestra confirmación, y desde ese momento de forma casi automática nos hemos convertido en testigos cualificados del Evangelio, y habla de manera clara a través de nuestra conciencia cuando buscamos sinceramente el bien y la verdad. Por eso todos podemos hacer sitio al Espíritu de Dios y dejarnos guiar. “El Espíritu Santo habita en nosotros como en su templo, nos ilumina y nos guía. Es el Espíritu de verdad que hace comprender las palabras de Jesús, las hace vivas y actuales, nos enamora de la Sabiduría, sugiere lo que debemos decir y cómo debemos decirlo. Es el Espíritu de Amor que nos inflama con su mismo amor, nos hace capaces de amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas, y de amar a todos los que se cruzan en nuestro camino. Es el Espíritu de fortaleza que nos da el valor y la fuerza de ser coherentes con el Evangelio y dar siempre testimonio de la verdad. Con y por este amor de Dios en el corazón podemos llegar lejos y hacer partícipes a muchísimas otras personas de nuestro descubrimiento” (Chiara Lubich, El Espíritu Santo). 

Por tanto, Pentecostés, nos solo un mero hecho histórico, es más que eso, sigue siendo actual, porque cada vez que testificamos que Jesús está vivo, y proclamamos con nuestro testimonio de vida su evangelio, es como volver a revivirlo de manera personal. Debemos de orar al Espíritu Santo que se renueve constantemente en nosotros, que reavive la llama de su amor y su guía, que reafirme sus siete dones en nosotros. La aventura más grande de ser cristiano está en ser testigo valiente y cualificado del Evangelio. Atrevámonos a ser verdaderos testigos, atrevámonos a decir Si a la gracia santificadora del Espíritu Santo.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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