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Estudiante en Indiana enfrenta ruptura familiar por DACA

Por Katie Rutter | Catholic News Service

Brenda Martínez, derecha, une un rompecabezas con sus hijas, Luna de 4 años y Athenea de 5 meses, en su casa en Indianapolis. Brenda vino a Estados Unidos desde México a la edad de 6 años y actualmente está protegida por el programa Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. KATIE RUTTER | FOTO CNS

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INDIANAPOLIS — El primer sueño de Brenda Martínez era convertirse en astrofísica.

Mientras terminaba el séptimo grado en Indianapolis su corazón estaba puesto en asistir a la universidad Purdue con la ayuda de un programa estatal de becas.

Pero de un golpe ella se enteró que era “indocumentada”, lo cual la hacía inelegible para la ayuda financiera que necesitaba para pagar por la escuela, algo que frenó sus esperanzas.

Así aprendió a tener cuidado con sus sueños, dijo Martínez a Catholic News Service el 4 de enero.

Martínez, ahora con 25 años de edad y miembro de la parroquia Santa Mónica en Indianapolis, cuenta como había huido del peligro de Ciudad Juárez, México, cuando era una niña de 6 años. El pueblo fronterizo ha sido destruido por la violencia tras los años mientras pandillas rivales pelean por las rutas de narcotráfico y reinan mediante el terror.

“A las mujeres las estaban secuestrando, violando, asesinando y después la dejaban tiradas al lado de la frontera. Eso era cada dos días, cada dos días”, dijo Martínez.

“Daba miedo porque mi mamá estaba trabajando el segundo o tercer turno y eso era cuando la gente desaparecía”, ella dijo.

Un robo en la carnicería de sus abuelos, donde ella y su hermana menor se quedaban, fue el último incidente que la familia pudo aguantar. Sus padrinos, quienes vivían en Indianápolis, insistieron que Martínez se fuera a vivir con ellos. Se fue del lado de su madre y su hermana y se crió bajo seguridad hasta el día cuando su madrina le explicó que ella era indocumentada.

“Comencé a prestarle atención a las noticias, cómo habían mujeres siendo deportadas, cómo uno podía perderlo todo de una vez”, ella dijo. “Así que yo estaba un poco preocupada, pero a la misma vez no quería rendirme, así que continué adelante”.

Martínez no creía que su situación cumpliría los estrechos criterios para solicitar la residencia permanente o la ciudadanía y vivía en miedo constante de la deportación, sin poder conducir ni trabajar legalmente.

Un poco de esperanza apareció en 2012 cuando el presidente Barack Obama promulgó el programa DACA, o Acción Diferida para los Llegados en la Infancia. Aunque no era una vía hacia la ciudadanía, DACA le dio a unos 800,000 jóvenes como Martínez permisos renovables de dos años para trabajar legalmente, adquirir licencias de conducir y poder matricular a la universidad.

“Me sentí más segura porque finalmente podía tener empleo y trabajar y hacer algo con mi vida aquí”, ella dijo.

Martínez se matriculó en un colegio comunitario local y trabajaba en empleos de bajo salario para pagar la matrícula y los libros. Ella obtuvo certificación en negocios pero pausó su educación universitaria para tener a su primera hija, Luna. Hace cinco meses ella y su esposo tuvieron su segunda hija, Athenea. Martínez decidió quedarse en casa para cuidar a las niñas.

“(Mi esposo) trabaja de 7:30 a.m. a 5:30 p.m. y de allí comienza a trabajar a las 6 o las 7 p.m. en el otro empleo y no llega a casa hasta la 1, las 2, a veces a las 3 a.m.”, ella explicó.

“Con suerte, una vez que yo comience a trabajar otra vez él podrá dejar uno de los empleos. Pero así nos enseñaron, por lo que es así que estamos viviendo ahora”, dijo Martínez.

Sin embargo ese plan podría ser frustrado. El presidente Donald Trump anunció el final de DACA en septiembre, lo que significa que el permiso de Martínez para vivir y trabajar en Estados Unidos no puede ser renovado. Su permiso caduca en marzo de 2019 a menos que el Congreso apruebe la Ley de Desarrollo, Ayuda y Educación de Menores Extranjeros, o Ley DREAM.

“No sé que pasará. No sé si me dirán que recoja mis cosas y que tengo cierto tiempo para salir; no sé si me ofrecerán otra manera de tener otro permiso de trabajo”, ella dijo.

“Estaría muy devastada si tuviese que irme y si me dijeran que no puedo llevarme a mis hijas conmigo porque ellas son ciudadanas y yo no. Esa es mi mayor preocupación: que no pueda llevarme a mis hijas conmigo”, ella dijo.

En vez de mantenerse inmovilizada por el miedo, Martínez se comunicó con la red de apoyo Faith in Indiana. La organización sugirió que ella compartiera su historia con miles de jóvenes durante la Conferencia Nacional de Jóvenes Católicos en noviembre, con la esperanza de inspirar a otros a interceder por ella y sus compañeros protegidos por DACA, adultos jóvenes quienes colectivamente se conocen como “dreamers” o soñadores.

“Es difícil pensar en perder los soñadores de nuestra comunidad”, dijo la hermana Tracey Horan, organizadora comunitaria de Faith in Indiana y portavoz de la Arquidiócesis de Indianapolis sobre asuntos de inmigración.

“Para mí se siente como perder una generación de adultos jóvenes que tienen fuego y pasión para crear algo nuevo. Ni siquiera podemos calcular el costo de eso”, dijo la hermana Horn, miembro de las Hermanas de la Providencia de Saint Mary of the Woods, Indiana.

A menos que el Congreso actúe en cuanto a la Ley DREAM antes de principios de marzo, los primeros permisos de personas protegidas bajo DACA comenzarán a caducar. Se estima que unos mil “soñadores” perderían su estatus diariamente.

“Yo simplemente quisiera que ellos se dieran cuenta de que son muchas las vidas las que tienen en sus manos ahora mismo”, dijo Martínez.

“No estamos aquí para hacer daño. Ayudamos la economía porque trabajamos y pagamos nuestros impuestos. Solo queremos realizar nuestros sueños y tener algo que podamos darle a nuestra familia también”.

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