No solo en nuestra
diócesis de Arlington se celebra Pentecostés sino que es la gran fiesta a nivel
mundial, es el acontecimiento para celebrar la venida del Espíritu Santo.
Al celebrar
Pentecostés recordamos la poderosa efusión del amor de Dios y el cumplimiento
de las promesas de Jesús. Esa promesa dio inicio al nacimiento de la Iglesia
que desde la herida del costado de Cristo hubo un poderoso derramamiento de
dones y carismas.
La promesa de Jesús de
enviar al defensor, al abogado de los creyentes se había cumplido. Ahora, el
Paracletos estaría para siempre con y en el creyente; sería su consolador (Jn
14:16-17). Jesús confiere con esta experiencia, su poder y autoridad sobre sus
seguidores para que sean sus fieles testigos (Hch 1:8). “Os conviene que yo me
vaya; porque si no me fuere, el consolador no vendría a vosotros; mas si me
fuere os lo enviare” (Jn 16:7). Así como los Apóstoles del Nuevo Testamento
cada uno de nosotros estamos llamados al discipulado, ya no seremos
espectadores, sino servidores y testigos de un Cristo vivo y resucitado.
Celebramos también en Pentecostés a la tercera persona de la Santísima Trinidad
quien habita en nosotros y nos ayuda a vivir victoriosamente en Cristo todos
los días.
El Espíritu Santo nos
fortalece para que no caigamos ante los deseos de la carne cada vez que somos
tentados y acotolados por el enemigo.
El poder de
Pentecostés hace fuerte al débil, al tímido la hace valiente, al insensato le
da sabiduría, a los de doble ánimo les da dominio propio y al limitado de
palabras la flexibilidad de expresarse.
El Espíritu Santo nos
ayuda y conduce a la santidad. La santificación es el resultado de una relación
viva con el resucitad; es la obra espiritual interna que Cristo Jesús realiza a
través del Espíritu Santo. En Pentecostés se manifiesta el fuego, que es el
símbolo de purificación, limpieza y ardor.
Los que anhelamos un
alma limpia y pura permitimos que el fuego santificador del Espíritu Santo
queme todo lo que no honra a Dios.
En Pentecostés, los
Católicos aprovechamos este tiempo para renovar nuestra relación personal con
Jesús, seguir gozándonos del fruto de la Pascua que se mueve en nuestros
corazones por la felicidad de saber que Cristo resucito en mí, que soy tan
amado por Dios y que debo vivir cada día la experiencia de Pentecostés.
Jesús el Hijo Unigénito
de Dios, fue enviado por Su Padre para encender en el mundo las llamas del amor
divino. “Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡Y como desearía que ya
estuviera ardiendo!” El fuego que Jesús vino a traer no es nada menos que Su
propio amor para que no tengamos miedos ni temores en este mundo. Mientras,
miles de carismáticos se reunieron este fin de semana en el Gimnasio de la
escuela Mount Vernon High School en Alexandria Virginia para celebrar con
alegría, en oración y en alabanza la gran fiesta de Pentecostés. Pues todo
pueblo se sintió: “¡Bendecido, encendido, sanados y en victoria!”
Padre José E. Hoyos es el director del Apostolado Hispano
de la Diócesis de Arlington. Lea más pensamientos del Padre Hoyos en
padrehoyos.blogspot.com.