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El Espíritu Santo, motor que mueve la Iglesia

Padre Alexander Díaz

Estamos a las puertas de celebrar la solemnidad de Pentecostés, una de las solemnidades más grandes en la Iglesia, porque en ella conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles que junto a la Virgen María aguardaban esa promesa hecha por Jesús antes de ascender a los cielos. La palabra Pentecostés proviene de la palabra griega pentecoste, que significa “quincuagésimo”. Pentecostés es el quincuagésimo día (en griego, pentecoste hemera) después del Domingo de Pascua en el calendario cristiano. Los judíos ya en el Antiguo Testamento celebraban esta fiesta, de ahí que los cristianos tomamos ese nombre aunque los significados son totalmente diferentes.

Originalmente se denominaba “fiesta de las semanas” y tenía lugar siete semanas después de la fiesta de los primeros frutos. Según Ex 34 22 se celebraba al término de la cosecha de la cebada y antes de comenzar la del trigo; era una fiesta movible pues dependía de cuándo llegaba cada año la cosecha a su sazón, pero tendría lugar casi siempre durante el mes judío de Siván, equivalente a nuestro Mayo/ Junio. En su origen tenía un sentido fundamental de acción de gracias por la cosecha recogida, pero pronto se le añadió un sentido histórico: se celebraba en esta fiesta el hecho de la alianza y el don de la ley.

De acuerdo con el libro de los Hechos de los apóstoles, es durante esta fiesta que los apóstoles reciben la efusión del Espíritu Santo, a esta fiesta venían de todas partes para dar gracias por la cosecha y para visitar el templo, habían muchos forasteros de diferentes lugares, hablando diferentes lenguas, es ahí en ese marco, donde Pedro realiza el primer Kerigma y donde se pierde todo el miedo y temor, y se comienza a anunciar el evangelio por primera vez.

Ese día se manifestó al mundo la Iglesia. Así como en el Jordán, una vez ungido por el Espíritu y acreditado por la voz del Padre (cf. Mt 3,15), comenzó la vida pública de Jesús como Mesías, así, en Pentecostés, el mismo Espíritu puso en marcha la historia del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia una comunidad cristiana, que desde ese mismo instante comenzará a extenderse sin miedo por todos los rincones de la tierra a pesar de tantos obstáculos que le pondrán para detenerla, mas sin embargo, posee una fuerza que nadie puede detener y es la presencia de este Santo Espíritu. El Espíritu Santo es el motor y fuente de vida de la Iglesia y de todo cuanto sucede en ella, en eso radica su divinidad, nada sucede por accidente y eso va desde la elección de sumo pontífice hasta la elección de un coordinador en un pequeño grupo en la parroquia; todo es guiado y es inspirado por Él, no existen coincidencias, ni mucho menos improvisaciones, todo va sucediendo de acuerdo a lo que Él va soplando. Por esta razón, desde aquella primera efusión, la Iglesia vive en un continuo Pentecostés, porque no para, ni mucho menos se estanca o se acomoda; siempre está en salida y dispuesta a proclamar la resurrección de Jesús.

Gracias a esto, vemos muchos grupos activos, entusiasmados y con deseos de evangelizar. Es el Espíritu Santo quien mueve los corazones de los fieles a enamorarse de la evangelización, a sufrir con alegría y paciencia la persecución o los desprecios que se puedan dar a causa del anuncio; es gracias a Él, que nuestros niños reciben con alegría la Eucaristía y la catequesis, el llamado de tantos jóvenes al sacerdocio y a la vida consagrada, y que muchos matrimonios vivan una vida santa y deseosa de servir con pasión en la educación de la familia. El Espíritu Santo en la Iglesia nos hace ser testigos, porque nos mantiene siempre activos. Esas lenguas que hablaron los once apóstoles aun no han cesado, porque aun la Iglesia sigue hablando en la lengua de la esperanza, de la paz, de la gracia y del amor del resucitado.

El gran regalo de Jesús después de resucitar y subir al cielo, es el envió del Espíritu Santo, para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo, irrumpiendo así en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo. Pidamos que en esta solemnidad de Pentecostés, el espíritu renueve nuestros corazones.

El Padre Díaz es vicario parroquial en Nuestra Señora de los Ángeles en Woodbridge.

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