Nadie ha nacido por accidente o por simple coincidencia, todos
hemos nacido con un propósito y una misión, hemos sido ungidos en nuestro
bautismos como sacerdotes, profetas y reyes, eso quiere decir que el Señor nos
ha llamado desde el principio para ser sus manos, sus labios, y todos sus
miembros en este mundo donde nos desarrollamos.
A lo largo de mi ministerio me he encontrado con personas que
viven acomplejadas y que se han apartado del trabajo apostólico, se han vuelto
espectadores y simplemente no se quieren involucrar, la viña del Señor es
amplia y hay mucho por hacer, solo hace falta que cada uno de nosotros nos
comprometamos a trabajar con prontitud. Muchos creen que no es necesario su compromiso,
mientras otros piensan que ya todo está terminado, por tanto no se involucran
en el trabajo.
Pero ¿quién les ha dicho que ya todo está terminado?, aun falta
mucho por hacer, es necesario ver cuanta necesidad hay en este mundo. No solo
en las misiones en los países de pobres faltan manos que evangelicen, también
aquí en nuestro entorno, en nuestro propio hogar, en nuestra parroquia falta
mucho por hacer. Porque a unos les falta
el pan y a otros el alimento espiritual. Cuantos a nuestro alrededor están
hambrientos y sedientos de Dios, marginados, deprimidos, acosados por sus
problemas y dificultades, buscando respuestas a sus interrogantes, pero no hay
nadie quien les escuche y que les muestre el camino de la verdad. Hay tanto en
esta viña por hacer, pero da pesar que a muchos se les olvida que pueden ayudar
a disminuir esta carga, comprometiéndose y mostrándoles el camino de la verdad,
del amor. ¡Qué importa la edad o los medios que tengamos! Cada uno tiene una
vocación muy concreta que Dios le ha regalado, una misión insustituible. ¿Cuál
es la mía? Mi primera misión es ser cristiano, ser testimonio de mi fe, por
algo estoy bautizado.
Un cristiano es aquel que da testimonio con su vida, con su
alegría, con su entusiasmo y sobre todo con el deseo de ser santo, vivimos en
un mundo donde se habla poco de santidad, donde ser santo no está clasificado
en los grandes deseos humanos, el trabajo en la viña del Señor comienza por
ahí, ser un cristiano que lucha por la santidad y desde ahí, contagia a los demás
y les muestra que también ellos pueden serlo, en otras palabras, es vivir el
día a día con alegría, descubriendo a Dios en todo lo creado, y disfrutar su
presencia y su creación. La viña del señor requiere de nuestras manos, eso hay
que tenerlo por seguro, porque urge que transformemos este mundo, que se nos
está autodestruyendo simplemente porque sin darnos cuenta hemos apartado a Dios
y lo hemos puesto al margen.
El mundo moderno llama a lo absurdo verdad, y la cree y la
promueve, y tristemente a la verdad la ve como absurdo, esa es la realidad en
la cual vivimos, y es ahí donde tenemos que valientemente ejercer nuestra
misión, convirtiéndonos en cristianos que lleven una vida coherente, y
sobretodo comprometida con Él, y solo con El. Padres de familia que forjen en
los hijos un espíritu cristiano cargado de virtudes morales y cristianas
vividas con transparencia en el seno familiar; profesionales, obreros,
trabajadores que se atrevan a ser diferentes y a decir si al proyecto de
conversión al cual Dios nos llama continuamente, que nos volvamos constructores
de paz, que cambiemos las estructuras sociales con la bandera del amor plasmada
en el evangelio, que nos volvamos evangelios vivos en un mundo que agoniza. La
viña nos espera, comencemos a trabajar, la hora es lo que menos interesa,
interesamos usted y yo que demos el primer paso.
El
Padre Díaz es vicario parroquia en Nuestra Señora de los Ángeles en Woodbridge.