Hemos vivido con intensidad 40 días en oración, ayuno,
penitencia, obras de caridad y eventos espirituales que nos han ayudado a
prepararnos profundamente y seriamente a vivir la tan esperada Resurrección de
Cristo Jesús y la bendita Pascua.
La Resurrección de Cristo significa la victoria sobre el pecado y
la redención para el pecador.
“Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8) y al resucitar venció por
nosotros la muerte segunda, que significaría el vivir alejados de Dios por toda
la eternidad, (Ap 20:14).
Esta fue su promesa, ese fue su regalo, un regalo de amor
invaluable, al dar su vida santa por la de todos nosotros los pecadores.
En una de las estaciones de la cruz un joven me pregunto, “Padre,
¿por qué tanto sufrimiento de Cristo en esta Cuaresma? Y yo le respondí, es
parecido como cuando una madre da a luz a un hijo, hay dolor pero después al
nacer el hijo hay alegría y hay fiesta. Y eso es lo que nosotros vivimos,
sentimos y nos preparamos para vivir en la Pascua de la Resurrección con fiesta
y en alegría. Esta fiesta de Pascua debe traernos un cambio intencional de vida
y una mejor actitud participativa y evangelizadora dentro y fuera de la
Iglesia.
El hecho que Jesús vive hoy significa que Él es poderoso para
salvar, liberar y sanar. Este fue el argumento de San Pablo en 1Corintios 15,
cuando dijo, “Y si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra
predicación, y vana también la fe de ustedes… y si Cristo no ha resucitado, la
fe de ustedes es falsa; todavía están en sus pecados. Entonces también los que
han dormido en Cristo están perdidos. Si hemos esperado en Cristo para esta
vida solamente somos, de todos los hombres, los más dignos de lastima” (1 Co
15, 14, 7-20).
San Pablo explica que la resurrección no es solo una parte
fundamental del Evangelio, sino que es el pegamento que sostiene cada parte del
Evangelio. Sin la resurrección, los cristianos creerían en vano y no tendrían
esperanza. Después de la resurrección y ascensión de Cristo, Él mando el
prometido Espíritu Santo para continuar su trabajo en esta tierra. “Así que,
exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del
Espíritu Santo, ha derramado esto que ustedes ven y oyen” (He 2:33).
Al celebrar la Pascua hay que ponerse en presencia de Dios, en
nuestra casa, en el trabajo, en el estudio, en donde sea que estemos, Él está.
Las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
Si bien Cristo siempre está, es necesario, también, que
encontremos esos momentos en que podamos estar a solas con Él, dejarnos
seducir, intuir su presencia paternal y contemplar su cara, su mirada y su voz.
Que su resurrección venga en nuestra ayuda, para que seamos testigos de su
inmenso amor.
No pierdas el regalo increíble que Dios nos ofrece en Cristo,
¡Cree en la resurrección de Jesús hoy! ¡Felices Pascuas!
Padre Hoyos es el director diocesano del Apostolado
Hispano.