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La violencia doméstica en la comunidad latina

Christine Stoddard | Catholic Herald

El octubre es el Mes Nacional del Conocimiento de la Violencia Doméstica en los Estados Unidos. El 85 por ciento de las víctimas del abuso intrafamiliar son mujeres.

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“Al comienzo, yo era joven ? él era guapo. Me dijo que yo era bella, inteligente, merecedora del amor ? y me hizo sentir así. Entonces nos casamos, caminando con alegría por el pasillo de la iglesia, nuestra unión bendecida por Dios.

Luego vinieron las palabras enojadas ? el abuso verbal ? Ahora me hacía sentir fea, boba, no merecedora de ningún amor, de Dios o de hombre.

Luego vinieron las palizas ? la violencia constante ? el dolor implacable. No debo quedarme, pero este es mi esposo ? prometido para siempre. Me dice que lo merezco ? quizás es la verdad ? sí solo pudiera portarme bien. Me siento tan sola ? ¿No me escucha Dios cuando lloro silenciosamente en mi cama cada noche?”

Estas palabras de una víctima de la violencia doméstica son la introducción de “Cuando Llamo por Ayuda”, una respuesta pastoral a la violencia doméstica contra las mujeres de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (o el USCCB por sus siglas en inglés).

“Cada grupo en la humanidad tiene experiencia con la violencia doméstica”, dijo Cathy Hassinger, la directora ejecutiva de los servicios comunitarios de la oficina diocesana de Caridades Católicas.

Mientras que no hay ningún estudio conclusivo que muestre que la violencia doméstica ocurre más regularmente en poblaciones raciales, étnicas o religiosas particulares, los que trabajan con las victimas (el 85 por ciento que son mujeres, según el Departamento de Justicia de los Estados Unidos) enfrentan retos únicos en asistir a algunos grupos culturales. Hassinger dijo que este reto incluye a los latinos.

Uno de los retos es cultural, dijo ella. En algunas culturas, se considera que el acto de buscar ayuda fuera de la familia o del grupo cultural es algo vergonzoso.

“(La víctima) quisiera mostrar una buena cara a la comunidad y no atraer atención al comportamiento negativo”, dijo Hassinger. Las comunidades de inmigrantes sentirían presión social para mostrar una buena cara para evitar a los estereotipos y las actitudes contra los inmigrantes.

Otro reto es sobrepasar las percepciones culturales diferentes del abuso. La violencia doméstica, por lo menos algunos tipos, serían aceptables en el país del perpetrador. Aun la victima pensaría que el abuso es aceptable. En los Estados Unidos, la definición de la violencia doméstica incluye el abuso físico, sexual, emocional, económico y psicológico.

Según el USCCB, algunos ejemplos de la violencia doméstica, o el abuso intrafamiliar, son “las palizas, insultos, amenazas de matar o hacer daño a la pareja o a los hijos, destrucción de propiedad, violacción marital y esterilización o aborto forzado”.

“Las Mujeres Curan las Heridas”, la nueva guía de recurso sobre el tema de la violencia doméstica por el Consejo Nacional de Mujeres Católicas, incluye más de 50 páginas con detalles sobre lo que constituye el abuso y cómo se puede buscar ayuda o proveer apoyo a las víctimas en los Estados Unidos.

Aunque 160 países tienen leyes contra la violencia doméstica, según la ONU Mujeres, una organización de las Naciones Unidas que trata de luchar contra la iniquidad entre los géneros en todo el mundo, la ejecución de estas leyes es otra cuestión.

Mientras que El Salvador tiene leyes contra la violencia contra las mujeres, un estudio hecho en el 2011 por la Declaración de Geneva sobre la Violencia Armada y el Desarrollo citó a El Salvador como el país con la tasa de femicidio más alta del mundo (Honduras y Guatemala también tienen tasas de femicidio muy altas). El área de Washington, incluyendo la Diocésis de Arlington, tiene una de las poblaciones salvadoreñas más grande de los Estados Unidos, con una tercera parte de la población regional latina con herencia salvadoreña.

Hassinger dijo que algunos expertos indican que el concepto y práctica del machismo es el ímpetus al abuso de las mujeres, incluyendo matando a las esposas y novias.

Las barreras del idioma presentan otro reto al asistir a las víctimas. Una víctima que habla español exclusivamente quizás no sabe sus opciones porque los carteles y folletos de los hogares no siempre están traducidos. Además, quizás se siente incómoda de acercarse a una oficina que supone que solo ofrece los servicios en inglés. Pero Hassinger aseguró que en las áreas urbanas y suburbanas que son prevalentes en la Diócesis de Arlington, muchos hogares ofrecen sus servicios en español. Cuando los servicios no están disponibles, los hogares usan los servicios de los intérpretes por teléfono, para que el cliente y el obrador social puedan comunicarse. Para los idiomas indígenas, como mixteco o quiché, se usan los interpretes comunitarios.

El miedo de la deportación de la víctima o del perpetrador es otro reto. Si la víctima no tiene sus papeles, el perpetrador la intimidaría para guardar el abuso como un secreto en decir que irá a los Servicios de Inmigración de los Estados Unidos si ella trata de llamar a la policía. Si el perpetrador no tiene sus papeles, la víctima quizás no lo denuncie porque lo ama o lo necesita para su apoyo económico.

Hassinger cree que el miedo de la deportación explica la disminución de las clientes latinas en Bethany House, un hogar para las mujeres en Fairfax, durante su tiempo como directora.

Antes de que el Condado de Prince William reforzara sus leyes de inmigración en el 2007, el 30 por ciento de las clientes de Bethany House era latinas. Los cambios permitieron a la policía a parar gente al azar en la calle y demandar ver sus papeles. La policía podía denunciar a los inmigrantes sin documentos a los oficiales federales.

Después de la reforma, Hassinger dijo que el número de clientes latinas de Bethany House bajó al 12 por ciento.

“Sería una locura decir que esto pasó porque la cultura cambió de una manera extrema”, dijo Hassinger.

Hassinger dijo que la Ley Contra la Violencia Hacia las Mujeres (o Violence Against Women Act, VAWA, en inglés), protege a las victimas contra la deportación. Bajo VAWA, una víctima casada podría tomar otro camino en asegurar su estatus de inmigración legal. En llenar la petición de VAWA, que se llama la Solicitud I-360 de Auto-Petición, la victima podría dirigirse por el estatus legal para sí misma y sus niños sin informar a su esposo.

Para cualificar, la victima necesita haber sufrido el abuso durante su casamiento y cuando estaba viviendo en los Estados Unidos con el perpetrador. El proceso requiere entregar pruebas del abuso y muchas veces requiere un repaso de sus antecedentes penales. En la Diócesis de Arlington, las victimas puedan buscar asistencia con la petición de VAWA de la oficina legal de los Servicios para los Inmigrantes del Hogar de la oficina diocesana de las Caridades Católicas.

En cualquier caso, no importa el origen racial, étnico o cultural de la víctima. En todos los casos, puede ser difícil huir de su abusador, dijo Hassinger.

“Quizás ella todavía tiene cariño y amor por su abusador y solo quiere que el abuso pare”, dijo ella.

Separarse del perpetrador muchas veces requiere algunos sacrificios financieros drásticos, especialmente si él es el ganador principal de la familia. Dejarlo a él podría significar seleccionar el estar sin hogar, la incerteza de donde viene el próximo repaso y posiblemente la muerte. Hassinger dijo que entre el 50 y 70 por ciento de los homicidios conectados a la violencia domestica ocurren después de que la víctima ha dejado su casa.

“En mi experiencia trabajando con estas mujeres, ellas son muy fuertes”, dijo ella. “Es difícil reconstruir después del abuso. Necesitamos reconocer su resiliencia”.

Se puede enviar un correo electrónico a Stoddard: [email protected].

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