Dios desea habitar en nuestro corazón. ¡De
verdad! Dios desea morar así de cerca. Cuaresma es
momento propicio para abrir más la puerta del
corazón, de dejar que Dios perdone lo que necesite
purificación, y sobre todo de permitir que Dios sea
Dios, y que la Trinidad tenga plena libertad de actuar en
nosotros, y con nosotros. Dios desea recrear nuestro
corazón.
Hace más de doce años conocí a un
jóven, Gustavo, en nuestra librería en Chicago.
En todas las ciudades en dónde realizamos nuestra
misión de evangelización, Dios nos pone en
contacto con personas de todo tipo, con una variedad de
experiencias e historias. Nunca olvidaré a Gustavo.
Gustavo había sido abandonado por su padre desde
chico. Su madre había hecho todo lo posible por
criarlo y darle lo que podía. Desafortunadamente,
Gustavo cayó en manos de "amigos" que no le
convenían. Después de años de drogas,
relaciones que lo dejaron vacío y herido, este
jóven empezó a buscar a Dios. Avergonzado de lo
que había hecho, él se propuso vivir una vida
penitencial.
Cuando Gustavo entró en la Librería Paulina esa
tarde, estaba vestido con una túnica blanca, cubierta
con un manto morado. Llevaba sandalias y su cabello largo
escurría de sudor. Lo que más me
impresionó fue la cruz inmensa de madera pesada que
llevaba, posiblemente más pesada que Gustavo mismo. Al
mirar su rostro, se que ví los ojos del hijo
pródigo, arrepentido y convencido de haber perdido su
derecho a ser parte de su familia. Al mismo tiempo, era el
rostro de Cristo sufriente.
Recordando a Gustavo me hace pensar tanto en una escena de la
película La Misión, sobre los misioneros
jesuitas en Paraguay. Si han visto la película (lo
recomiendo para los adultos), recordarán el personaje
de Rodrigo. Antes de su conversión era un mercenario,
raptando a niños, mujeres y hombres indígenas y
vendiéndolos como esclavos a patrones ricos en Sur
América. Mata a quien se opone para lograr lo que
quiere. Su corazón se endurece más y más
con las barbaridades de su negocio y también de su
vida privada hasta llegar al punto de matar a su propio
hermano menor en un momento de rabia al reconocer que su
amante amaba más a su hermano que a él.
A cierto punto, Rodrigo reconoce su pecado, y como Gustavo,
quiere vivir una vida penitencial, sin darse cuenta que se
está dañando a sí mismo. Vive como
recluso, no quiere comer, y vive en una obscuridad interior.
Uno de los misioneros jesuitas le reta escoger su propia
penitencia - alguna penitencia que lo lleve a los
indígenas a los cuales él había herido
profundamente. Sin decirles todo lo que pasa, basta decir que
Rodrigo escoge una penitencia durísima - el de llevar
todos los instrumentos de su negocio anterior: espadas,
escudos, látigos, cascos de fierro, cadenas
gruesas
dentro de una red, y de cargar ese peso
inmenso hasta las Cataratas del Iguazú. Es él
mismo quien hace el esfuerzo. Nada cambia interiormente,
hasta que un niño guaraní va corriendo hacia
él con cuchillo en mano. Rodrigo, convencido de que
él merece la muerte, espera el cuchillazo. En cambio,
el niño corta el cordón que tiene a Rodrigo
atado a su peso penitencial. En ese momento, Rodrigo llora
con todo el corazón. Las lágrimas de Rodrigo
son lagrimas de sanación, de alguien perdonado, listo
para ser recreado.
¿Quién de nosotros no ha ofendido a Dios o a
nuestro prójimo y ha sentido la necesidad del
perdón? Acudamos al Padre de misericordia en la
confesión, sobre todo en este año de gracia.
Dios nos espera con tanto amor.
Esta cuaresma, entrega tu dolor, tu necesidad de
perdón a Dios. El aun más que nosotros desea
que vivamos en la libertad de reconocer que somos sus hijos,
que somos infinitamente amados, perdonados. Dios es el quien
recrea nuestro corazón. De nuestra parte solo basta
abrirnos a esta obra de misericordia. Como nos recuerda
nuestro Santo Padre Francisco, Dios ES misericordia. Pongamos
nuestro corazón confiadamente en Sús manos.
Hna. María Elizabeth, Hija de San Pablo, trabaja
para Pauline Books and Media en Alexandria.