En las últimas semanas, al igual que muchas otras personas, me he sentido
profundamente afligido al oír las acusaciones creíbles y fundamentadas de abuso
sexual por el ex Cardenal Theodore
McCarrick. A medida que salieron a la luz otras acusaciones con similitud y
detalles impresionantes, el Cardenal McCarrick presentó su dimisión como
miembro del Colegio Cardenalicio. El Papa Francisco le ha ordenado al ahora Arzobispo
McCarrick que lleve una vida privada de oración y de penitencia hasta que se
realice un proceso canónico.
Si bien el Estatuto para la protección de niños y jóvenes
(2002) cambió la forma en que la Iglesia de los Estados Unidos aborda las
acusaciones contra los sacerdotes, se necesita mucho más que eso. Durante 16
años, las diócesis de todo el país han introducido protocolos sin precedentes
para instar a denunciar las acusaciones y sospechas de abuso sexual por
sacerdotes y diáconos, así como para investigar esas acusaciones a cabalidad,
de manera independiente y transparente. Obviamente, esos procedimientos y
políticas también deben reflejarse en la conducta de los obispos y en la forma
en que nos relacionamos los unos con los otros. Todos debemos asumir
responsabilidad por nuestros actos y los obispos no son ninguna excepción.
Les pido a todas las personas de la Diócesis de Arlington que se unan
a mí en oración por nuestra Iglesia. Recemos, sobre todo, por las víctimas del
abuso sexual para que puedan experimentar la presencia sanadora de Dios.
Debemos recordar que cuando parece que la Iglesia nos ha fallado, quienes
lo han hecho son los seres humanos falibles dentro de la Iglesia y aun algunos
de sus dirigentes, no la Iglesia propiamente dicha. El Señor dirige, guía y protege a su pueblo y
a la Iglesia. Tropezamos solamente cuando lo perdemos de vista. Renovemos
nuestro compromiso con el Señor y con su poder para sanarnos y transformarnos
en su amor salvador.
María, Madre de la Iglesia, ruega por nosotros.
© Arlington Catholic Herald 2018