Hace unos días vino alguien pidiendo que orara por su
salud o que le recomendara a alguien preparado para que orara
por ella, porque estaba pasando por problemas depresivos. Fue
así cuando comenzamos a hablar a cerca de su vida. Le
pregunte cuando había sido la última vez que se
había ido a recibir el sacramento de la
confesión y su respuesta me dejo atónito. Me
dijo que no creía que fuera necesario, que no
creía que con decirle sus faltas a otra persona su
vida cambiaria de rumbo y su depresión se
desaparecería; me dijo que alguien le había
dicho que bastaba con alguien que le impusiera las manos y
orara por ella, pero tenía que ser alguien con
preparación espiritual bastante profunda.
Me quede pensando, en cuanta desinformación tenemos
con respecto al sacramento de la confesión, que
despreciamos sus efectos interiores y preferimos otras cosas,
que no es que sean malas y aclaro que no estoy en contra de
eso, pero deberíamos de saber que ante todo, cualquier
problema o dificultad interior, sea depresión,
ansiedad, enojo o cualquier otro sentimiento contrario a la
alegría no es más que ausencia de la Gracia de
Dios, son enfermedades interiores que solo les lograremos
vencer adquiriendo la gracia sanadora a través del
sacramento de la confesión.
El efecto principal de este sacramento no es más ni
menos que la reconciliación con Dios. Este volver a la
amistad con Él es una "resurrección
espiritual", alcanzando, nuevamente, la dignidad de Hijos de
Dios. Esto se logra porque se recupera la gracia santificante
perdida por el pecado grave. El pecado mata esta gracia
santificante y hace que muramos interiormente, y nos volvamos
cadáveres andantes, y los cadáveres se
descomponen y no son agradables; de la misma forma nuestras
acciones comienzan a no ser agradables por falta de esta
gracia santificante.
La confesión aumenta la gracia santificante.
Reconcilia al pecador con la Iglesia. Porque debemos tener
claro que por medio del pecado se rompe la unión entre
todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo y el
sacramento repara o robustece la comunión entre todos.
Cada vez que se comete un pecado, la Iglesia sufre, por lo
tanto, cuando alguien acude al sacramento, se produce un
efecto vivificador en la Iglesia, y en la persona misma. Se
recuperan las virtudes y los méritos perdidos por el
pecado grave. Otorga la gracia sacramental específica,
que es curativa porque le devuelve la salud al alma y
además la fortalece para combatir las tentaciones. La
confesión frecuente fortifica nuestro espíritu
y nos ayuda a luchar y evitar las ocasiones de pecado, porque
cuando estamos con salud, tenemos energía para hacer
lo que sea necesario, pero cuando nos enfermamos nos volvemos
débiles y sin ánimos de nada. La
confesión frecuente nos da fuerzas para crecer y ver
la vida de forma diferente.
Tristemente en la actualidad hay un gran cantidad de
católicos que niegan - consiente e inconscientemente -
que la Reconciliación sea el único medio para
el perdón de los pecados, o que sane nuestro interior,
y lamentablemente muchos son católicos activos en
nuestras parroquias. Muchos piensan y afirman que se puede
pedir perdón y recibirlo sin acudir al confesionario.
Esto es fruto de una mentalidad individualista y del
secularismo. La enseñanza de la Iglesia es muy clara:
"Todas las personas que hayan cometido algún pecado
grave después de haber sido bautizados, necesitan de
este sacramento, pues es la única manera de recibir el
perdón de Dios". (Concilio de Trento, cfr. Dz.895). La
santa madre Iglesia en su sabiduría nos anima a
confesarnos al menos una vez al año con el fin de
facilitar el acercamiento a Dios. (Leer Catecismo de la
Iglesia Católica No. 989). Aunque considero que lo
mejor sería hacerlo de manera periódica; por lo
menos una vez al mes o cuando lo necesitemos.
Yo invito a vivir frecuentemente la alegría del
Sacramento de la Reconciliación y así cosechar
muchos frutos espirituales que estamos desperdiciando, al
creer con solo con una oración se cambiara todo. Esta
oración debe de antecederle una buena y profunda
confesión y así podrás disfrutar de la
gracia divina de manera más profunda. Dadas por la
confesión y solidificadas por la oración.
Los frutos son claros: por medio de una confesión
sincera y bien hecha recibimos el perdón de todos los
pecados, mortales, graves y veniales y con ello se nos abren
nuevamente las puertas del cielo, al mismo tiempo se recupera
todos los meritos adquiridos por las buenas obras, meritos
que se pierden al cometer pecado. Como ya lo dije
anteriormente se robustece la vida espiritual, porque se
fortalece nuestra alma, porque podemos luchar con
alegría desde nuestro interior y así evitamos
no volver a caer en lo mismo, porque se despierta en nuestro
interior el deseo de santidad.
En conclusión la confesión nos obtiene la
remisión parcial de las penas temporales como
consecuencias del pecado. Se logra paz y serenidad de la
conciencia que se encontraba inquieta por el dolor de los
pecados. Se obtiene un consuelo espiritual.
No tenga miedo a confesarse, comience por ahí antes de
buscar en otro lugar, especialmente este año dedicado
a la Misericordia, un año dedicado al perdón y
a recibir el abrazo sanador del Padre que nos espera con los
brazos abiertos. Busca un sacerdote y ábrele tu
corazón, es gratis, no cuesta nada. Les espero en el
confesionario, la luz de la gracia está encendida para
todos.
El Padre Díaz es el vicario parroquial de la Iglesia
de la Sagrada Familia en Dale City.