En el fallo de esta semana en el caso de Bostock contra el Condado de Clayton, la Corte Suprema ha traspasado sus límites e impuesto una definición jurídica que promueve una comprensión confusa de la naturaleza y del diseño de la persona humana. Al tratar de abordar un problema laboral, la opinión de la mayoría asigna a la palabra “sexo” un significado que los promulgadores de la Ley de Derechos Civiles de 1964 jamás se hubieran imaginado y que el propio Congreso se ha negado a adoptar. En realidad, la definición del “sexo” establecida por la Corte es tan amplia que verdaderamente priva a esa palabra de cualquier importancia real.
Este fallo puede tener repercusiones que van más allá de los derechos civiles y de las leyes laborales. La Corte Suprema decidió equívocamente que no hay nada distinto entre ser hombre o ser mujer. Esta decisión, incorporada ahora al precedente de la Corte, solamente perpetúa la mala comprensión de nuestra cultura sobre la propia naturaleza de la persona humana.
La verdad y la belleza de ser hombre y de ser mujer provienen de la voluntad de Nuestro Creador y son evidentes en la naturaleza. Esta distinción y complementariedad forman los elementos básicos de la familia, que es el propio fundamento de toda sociedad sana y estable. Recemos para que Dios, nuestro Creador y Redentor, siga iluminando nuestros corazones y mentes para percibir y vivir esta verdad, ahora y siempre.