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El Regreso a Clases

Padre Eliberto Garcia

ADOBESTOCK

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Se acerca el fin de las esperadas vacaciones de este año 2023, quedando atrás las diferentes actividades que caracterizan el verano — los horarios que permiten dormir o descansar un poco más, la ausencia de tareas y el vestir uniformes, la tranquilidad de estar en casa o en algún lugar disfrutando lo maravilloso de vivir y de soñar. Las vacaciones son un tiempo inolvidable que nos dejan maravillosos recuerdos y muchas fotos para compartir; pero este tiempo que se espera con ansias, pasa tan rápido que en muchos genera un choque emocional que exige varios días o semanas para volver a encarrilarse en las obligaciones que todos tenemos, especialmente estudiar o trabajar.

Los chicos que disfrutan cada momento de sus vacaciones tienen un deber que no puede hacerse a un lado, no se negocia, ni mucho menos se puede olvidar. Tienen la necesidad vital de seguir su formación humana y académica.

En casa se aprenden muchos valores — amar, servir, perdonar, entre otros — pero en la escuela se refuerzan los valores, se recibe un cúmulo de información académica y se aprende a socializar. De esta manera, la escuela representa no sólo un espacio físico donde los chicos realizan diferentes actividades que estimulan su aprendizaje, la relación con otros, el deporte, el arte, la música y la cultura; sino también, en el caso de nuestras escuelas católicas, se estimula en la vivencia de la fe y los principios cristianos que complementan la formación de los niños.

El ser humano tiene varias dimensiones que lo caracterizan, diferenciándolo de los demás seres de la naturaleza. La dimensión física o corporal, por la cual nos presentamos ante otros y ellos nos reconocen de la misma manera, dimensión que experimenta cambios constantes que marcan la vida de la persona — la niñez, la adolescencia, la juventud, la adultez y la vejez. La dimensión cognitiva, que nos permite la construcción del conocimiento y la producción de ideas que propician el aprendizaje. La dimensión emocional, que permite la aceptación de uno mismo y construye el proyecto de vida que conlleva a alcanzar metas y grandes realizaciones que le dan sentido a la vida. La dimensión afectiva, que nos ayuda a experimentar el amor, a ser conscientes de la necesidad de amar y sentirnos amados, de expresar nuestros afectos con libertad y sinceridad. La dimensión social, por la cual aprendemos y asumimos nuestros roles y estatus dentro de la sociedad y la necesidad de reconocer a los otros como seres humanos de igual dignidad, y a relacionarnos con ellos con respeto y bondad. La dimensión ética, que posibilita a la persona para hacer juicios de valor, buscando siempre el bien de los actos. La dimensión moral, que lleva a comprender y a propiciar actos de bondad, a desechar lo malo y a elegir lo justo y bueno. La dimensión espiritual, que ayuda a entender que la vida tiene un propósito, que los seres humanos somos únicos e irrepetibles, que somos cuerpo y alma, que el fundamento de la vida y el creador del universo es Dios y que en Él encontramos la respuesta a la razón de ser de nuestra existencia.

Todas estas muy importantes dimensiones se estimulan en la escuela; ya que, en los salones de clases, en la cafetería, el gimnasio, la capilla o simplemente en los pasillos o el parqueadero, se propician todos los momentos para lograr una formación humana integral, donde los niños aprenden pensando, memorizando, jugando, orando o en algo muy simple pero profundo, observando a los profesores su forma de vivir y por lo tanto la forma de enseñar.

La escuela es, pues, el segundo hogar. No es un edificio lleno de lugares donde pasar largas jornadas, es el espacio vital, donde los padres encomiendan a sus hijos para que los apoyen en la más grande responsabilidad que pueda tener una persona — formar a un niño para que sea un gran hombre o una gran mujer. Es una inmensa responsabilidad que, estoy seguro, en nuestras escuelas católicas quienes son parte del personal saben hacerlo de la manera más profesional y con fe.

Así pues, empecemos pronto un nuevo año escolar, nuevos aprendizajes y grandes desafíos, siempre tomados de la mano de Jesús, nuestro gran maestro. Bienvenidos nuevamente a la escuela.

El Padre Eliberto Garcia es el vicario parroquial de la Catedral Santo Tomás Moro en Arlington.

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