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Morir

Padre Álvaro Montero

Adobestock.

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Hay dos momentos del año especialmente adecuados para meditar en la muerte — el mes de noviembre y el tiempo de Cuaresma. La historia de muchos santos enseña que esta meditación produce grandes frutos y ayuda al cristiano a vivir seriamente el gran don de la fe. Recordemos las palabras del Miércoles de Ceniza al ser marcados en la frente con la Señal de la Cruz, “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. Recordemos también la clásica sentencia en latín, Memento mori – recuerda morir. Es decir, acuérdate del hecho de morir, de dar la vida y renunciar a ti mismo cada día. ¿No es esta meditación un poco deprimente? ¿No es más importante vivir el presente? ¿Qué es morir? ¿Qué significa la muerte para un cristiano?

  1. La muerte no forma parte del plan creador de Dios. El Catecismo nos enseña que Dios creó al hombre para vivir en comunión con Él. Más aún, Adán y Eva recibieron el don de la inmortalidad bajo la condición de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero con el pecado original – al desobedecer a Dios y desconfiar de su bondad – Adán y Eva abrieron las puertas de la muerte física. Por tanto, la muerte es el final de la vida terrena, cuando el alma – principio vital del cuerpo – se separa de él. San Pablo nos dirá que “la muerte es el salario del pecado” (Romanos 6:23).
  2. El pecado mortal es la muerte del alma. Igual que el cuerpo muere al separarse del alma – que es su principio vital – también el alma puede “morir”, aunque no sea una muerte física. Esto es lo que sucede con el pecado grave, por el cual el alma pierde la caridad y queda separada de Dios. Por eso hablamos de pecado mortal, porque mata la vida de Dios en el alma. Una buena confesión devuelve la vida al alma, pero “morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados, es lo que se designa con la palabra “infierno” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1033).
  3. La muerte forma parte del plan redentor de Dios. Cristo se encarnó para redimirnos precisamente por su muerte en la Cruz. Es precisamente la muerte de Cristo la que ha puesto fin al reino de la muerte física y nos libra de la muerte eterna. El cristiano no debe temer la muerte sino abrazarla con serenidad: “Para mí, la vida es Cristo y una ganancia el morir” (Filipenses 1:21). Cristo ha transformado el significado de la muerte que ahora es un acto de entrega en las manos de Dios Padre. Con su Resurrección, Cristo ha destruido el reino de la muerte y nos libra de la esclavitud por miedo a la muerte. Esto es lo que recibimos en el don del Bautismo, la incorporación en la muerte y la Resurrección de Cristo.

¿Morir a mis planes y vivir para Cristo o hacer mi voluntad por encima de todo? Esta es la gran pregunta.

Meditemos la recomendación del alma del cristiano moribundo, “Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con San José y todos los ángeles y santos … Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos … Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor” (Rito de la Unción de Enfermos).

El Padre Álvaro Montero es pastor de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles en Woodbridge.

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