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En primera fila

Carmen Briceño

ADOBESTOCK

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Imagínate que te regalan dos boletos para ver a tu cantante favorito. Llamas a tu mejor amigo y quedan en ir juntos. Siempre has querido ver a este cantante en persona y en un concierto, pero no te parecía posible. Después de gritar de alegría, vuelves a escuchar todas las canciones para asegurarte que te las sabes de memoria. Al llegar el día, estás que no te cabe la emoción. Te vistes de manera especial y te aseguras de tener el celular bien cargado porque no quieres perder la oportunidad de tomar miles de fotos. ¡Todos tus amigos tienen que saber que fuiste al concierto!

Al llegar al estadio, tu corazón está acelerado. ¡Verás a tu cantante favorito! Cuando están por entrar, te das cuenta de que los boletos son para primera fila. No lo puedes creer. ¡Primera fila! Ni te puedes imaginar cuánto habrán costado esos boletos. Al entrar al estadio no aguantas la emoción y quieres salir corriendo a la primera fila, pero tu mejor amigo te toma de la mano y te dice que es mejor sentarse en la última fila.

¿De último? ¿Cómo? ¡No, claro que no! ¡Hay que sentarse de primero! Quieres estar lo más cerca de tu cantante favorito. No te quieres perder ni un solo detalle. Quieres cantar cada canción. Quieres sentir que estás tan cerca de tu artista favorito que casi lo puedes tocar. No quieres tener a personas delante de ti que te desconcentren, que se estén parando a cada rato o que sean tan altos que no puedas ver lo que está pasando. ¡Necesitas estar en primera fila!

Tu amigo te dice que es mejor sentarse en la última fila. Así pueden hablar, ir al baño si es necesario; o si se aburren, pueden irse antes de tiempo. Además, así pueden ser los primeros en buscar el carro y no estar en tráfico de salida.

Te quedas desconcertado. ¿Cómo va a querer tu amigo sentarse al último y estar tan lejos de la acción? ¿Por qué ya está pensando en irse si ni siquiera ha empezado el concierto? ¿Qué importa un poco de tráfico si significa que estuviste en primera fila y cara a cara con tu artista favorito? No tiene sentido.

Así mismo nos puede pasar con la Santa Misa. Dios nos regala cada domingo una invitación especial. Nos regala la oportunidad de estar con Él y de recibirlo en la Sagrada Eucaristía. Aunque la invitación es gratis, a Dios Padre le costó mucho el precio de ese “boleto”: la vida de Su hijo en la cruz.

Muchas veces actuamos como el amigo desinteresado. Llegamos a misa y nos sentamos en la última banca. Queremos ser los últimos en entrar y los primeros en salir. Nos distraemos con quienes están a nuestro alrededor y como si estuviéramos en un espectáculo, nos paramos, vamos al baño y a veces hasta nos sentamos en los pasillos. Si la homilía es aburrida o no nos gusta, sencillamente nos paramos y nos vamos. Lo bueno de sentarse al último es que nadie te ve si te vas, y evitas todo tráfico de salida.

¿Qué tal si actuamos con la Santa Misa como si recibiésemos un boleto gratis al mejor concierto?

En el ejemplo anterior tu querías ir al concierto. Te preparaste repasando las canciones, te vestiste bien, querías sentarte en primera fila, cantabas cada canción y participarías activamente del concierto. No querías que te desconcentraran. No querías perderte ni un solo detalle. Querías estar “cara a cara” con tu artista favorito. ¿No se merece Dios eso y mucho más?

Este mes te reto a vivir la Santa Misa de manera distinta. Te reto atreverte a:

1. Vestirte bien.

2. Sentarte en una de una de las tres primeras bancas de la iglesia.

3. Prepararte para la Santa Misa repasando las lecturas, para así participar activamente.

4. No quitar la mirada del altar y de lo que allí ocurre. Cuando tus ojos se alejen y/o se distraigan, tráelos nuevamente al altar.

5. Ser uno de los últimos en salir de la iglesia. Mientras esperas, quédate viendo la cruz e imagínate estar acompañando a Jesús. No digas nada, no reces nada, sólo acompáñalo.

Briceño, una virgen consagrada, se dedica a la evangelización a través del arte con su ministerio sacredprint.com.

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