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Eucaristía: unidad y comunión perfecta

Padre Alexander Díaz

ADOBESTOCK

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Nuestra diócesis está dedicando este año a la Eucaristía a modo de preparación para celebrar el jubileo de los cincuenta años de fundación de nuestra diócesis, y considero oportuno dedicar este artículo para meditar sobre uno de los signos más grandes que este preciado sacramento representa. La Eucaristía nos une, nos hace ser un cuerpo, nos hace ser iglesia; cada domingo nos convoca y nos reúne sin importar nuestras nacionalidades o nuestras propias culturas. Al estar alrededor de la mesa perdemos todo eso y nuestras miradas y corazones se vuelven uno solo.

En la celebración eucarística se realiza una comunión perfecta con Dios trinidad, una que por naturaleza estamos llamados a realizar como iglesia peregrina, ya que no podemos ser iglesia si no promovemos la unidad y comunión completa con el cuerpo de Cristo. No es casualidad que al acercarnos a recibir su cuerpo expresemos que vamos a recibir la comunión. La iglesia en sí es un misterio de comunión; “para ello, cuenta con la Palabra y los Sacramentos, sobre todo la Eucaristía, de la cual vive y se desarrolla sin cesar, y en la cual, al mismo tiempo, se expresa a sí misma. No es casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los nombres específicos de este sublime Sacramento” (Ecclesia de Eucaristía, 34).

Me ha parecido muy acertado e interesante que nuestro obispo haya tomado la iniciativa de comenzar este jubileo diocesano dedicando el primer año a meditar y reflexionar sobre el Sacramento de la Eucaristía. Esto para mí es una invitación a reflexionar sobre la unidad de nuestra diócesis y a admirar la multiculturalidad que tenemos. A pesar de esa gama de culturas y lenguas, sólo hay una cosa que nos une, la celebración de la Eucaristía. Sin importar en qué lengua se celebre, todos sabemos lo que celebramos y quién se hace presente en el momento de la transustanciación; Jesús mismo, quien nos une con su cuerpo y con su sangre nos alimenta y fortalece. Es el alimento para continuar nuestro viaje por la vida.

La iglesia, sin el Sacramento Eucarístico no tendría vida; ni tampoco tendría solidez en lo que celebra. Es por ello que, los cristianos, a pesar de ser y actuar diferentes, nunca debemos perder de vista que somos iglesia. Esto implica practicar la caridad, para que producto de ésta, quede consolidado el vínculo de unidad eucarística. La caridad nos da vida y esperanza. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III hablando al respecto afirmaba, “Los mismos sacrificios del Señor ponen de relieve la unidad de los cristianos fundada en la sólida e indivisible caridad. Dado que el Señor, cuando llama cuerpo suyo al pan compuesto por la unión de muchos granos de trigo, indica a nuestro pueblo reunido, que él sustenta; y cuando llama sangre suya al vino exprimido de muchos racimos y granos de uva reunidos, indica del mismo modo a nuestra comunidad compuesta por una multitud unida” (Ep. ad Magnum 6).

Reflexionando en este párrafo de San Cipriano veo reflejada la realidad diocesana en la que vivimos. Somos realmente diferentes, pero tenemos cada vez más el reto de ser iglesia, de promover la unidad; reconociendo que todos somos como los granos de trigo que al dejarse moler forman el pan que nos alimenta, o los racimos de uvas que al ser exprimidos dan vida al vino que nos entrega la bebida de la esperanza.

Ojalá este primer año preparatorio para nuestro jubileo nos haga crecer más en unidad y en el vínculo de la caridad y, sobre todo, haga redescubrir la grandeza de la Eucaristía. En todas nuestras parroquias celebraremos las 40 horas eucarísticas; participemos y comprometámonos a vivirlas. Oremos para acrecentar y consolidar más la unidad de todas las diferentes comunidades y culturas que tenemos en nuestra diócesis; que junto a nuestro obispo caminemos unidos buscando un solo objetivo, la instauración del reino y su justicia, para así alcanzar la salvación.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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