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Siguiendo los pasos de los Padres

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Los sucesores inmediatos la los apóstoles son conocidos como los Padres de la Iglesia. Vivieron en los primeros siglos de la era cristiana y se dedicaron a formular y defender la doctrina católica tal como la conocemos hoy. Dentro de todos ellos, resulta el ejemplo de los Padres de Desierto que, como hemos explicado en otra oportunidad, fueron aquellos que decidieron “escapar” a los desiertos de Egipto para vivir en penitencia y oración ante la creciente deformación de la vida cristiana.

Quedando claro que el deseo más profundo del alma cristiana es buscar a Dios y que en buscarlo le encuentra y en encontrándole le posee, es evidente que ese fuera el deseo de los santos; la legión de hombres y mujeres que nos han precedido y que han intimado con Dios.

Es propio del ser humano “desear más”, “buscar más”, porque tiene inscrita en su corazón la ley de Dios. Ese es el impulso que lleva a los cristianos a “dejarlo todo”, a “entregarse por completo” y a lanzarse por los caminos santos que ofrece el mismo Dios al alma.

Los santos no nacen sino que se hacen por la práctica de recurrente de un hábito bueno que es, en fin de cuentas, lo que les hace virtuosos, ejemplares y agradables a Dios.

Los Padres del Desierto son verdaderos maestros de la vida del alma y enseñan con una clara practicidad cómo vivir en continua presencia de Dios incluso en medio de las tareas más ordinarias de la vida.

Aquí proponemos tres virtudes prácticas que pueden ayudar a “ordenar” el alma y a poner la vida cristiana en su justo lugar:

Atención: Mucho en la vida tiene que ver con los pensamientos: Las distracciones en la oración, los juicios temerarios sobre otras personas, los recuerdos del pasado, los planes para el futuro, las tareas pendientes del día, las preocupaciones por las dificultades como las enfermedades, crisis, dolores, etc. Estos son unos pocos ejemplos de cómo los pensamientos pueden “revolver” el interior del alma y confundirla de su objetivo más importante que es “buscar a Dios”. Entonces, los Padres señalan que es importante desviar continuamente la atención de esos pensamientos y colocarla en Dios. Hacer un esfuerzo continuado por cuidar el “lugar” del pensamiento y llenarlo del único que merece toda su atención que es Dios.

Una práctica concretísima que sugieren los Padres para mantener la atención es la repetición del nombre de Jesús, o de pequeñas jaculatorias u oraciones. Los Padres indican que no es conveniente cambiar mucho de oración sino repetir siempre lo mismo, al menos por un tiempo prolongado, para que la misma oración no sea ocasión de desatención de Dios.

Moderación: Acostumbrados a tener de sobra en una sociedad que produce más de lo que necesitamos, es conveniente vigilar con mucha dedicación sobre las posesiones y las necesidades.

La dificultad de “tener más de lo que necesitas” está en que el corazón se va “inundando” o “plagando” de cosas que le desvían su atención. Esto tiene que ver con las posesiones propiamente dichas y también con la comida y otros hábitos relacionados al tener y al hacer. Por ejemplo, el exceso de responsabilidades diversas, las comidas abundantes o el placer del paladar, son obstáculos para la vida espiritual. Los Padres indican que “nadie reza bien con un estómago lleno”. De allí toda la noción del ayuno y del desprendimiento de las cosas. Una recomendación práctica es colocarse delante del armario de ropa e ir descartando todo aquello que no has usado en el último año recordando aquello de: “No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido destruyen… Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo” (Mt 6:19-20).

La moderación ayuda a colocar todo en su justo lugar y a evitar los excesos que perjudican la vida del alma porque la dispersan y confunden. Entonces también conviene que la atención se dirija a las intenciones más profundas que gobiernan las decisiones diarias para que le ayuden a dirigirse siempre a Dios y agradarle en todo.

Obediencia: La tendencia a hacer “cada uno lo que quiere”, “ha ser gustado”, “ha ser atraído” o “complacido” hace mucho daño a la vida espiritual. Sin embargo, el estar sujeto a Dios y hacer su voluntad muestra un amor delicado y trascendente: “Si realmente escuchas al Señor tu Dios, y cumples fielmente todos estos mandamientos que hoy te ordeno, el Señor tu Dios te pondrá por encima de todas las naciones de la tierra” (Deut 28:1). ¿A qué se refiere? A la obediencia debida no solamente a lo que está explícitamente escrito en las Sagradas Escrituras sino también a las enseñanzas de la Iglesia, a la propia conciencia, al confesor o director espiritual de cada uno, etc. Los casados también se deben obediencia entre ellos, los hijos a los padres, a los superiores, jefes, etc. En lo único que no debemos obediencia es a hacer algo que va directamente en contra de nuestra fe y moral.

Entonces, la obediencia labra la personalidad y le da forma porque la hace doblegarse y humillarse ante lo que es noble, puro y santo. Los antiguos repetían: “El que obedece no se equivoca” como una forma se afirmar que este es el camino seguro del acierto.

En resumen: Les invito a practicar la Atención (para dispersar los pensamientos que confunden y “atender” a la presencia de Dios que ya habita en tu corazón); Moderación (para limpiar todo lo externo y quedarse con la mejor parte que es Dios) y Obediencia (para seguir la voz de Dios que se hace manifiesta en las mediaciones de la vida diaria).

Padre Puigbo es el Vicario Parroquial de la Iglesia Católica Todos los Santos en Manassas. [email protected].

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