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Sin Dios el mundo agoniza

Padre Alexander Díaz

ADOBESTOCK

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El año que recién hemos terminado ha dejado heridas psicológicas muy profundas que a muchos les costará superar, junto a esta tormenta que la pandemia ha traído, la ausencia de Dios en la sociedad se ha vuelto más común, el ser humano endurece el corazón y rechaza la gracia de Dios y abraza nuevas ideologías que lo único que le ocasionan es dolor y soledad.  Es común en estos días encontrar a mucha gente frustrada y deprimida, los suicidios aumentan y el pesimismo está a la orden del día. Nos preguntamos constantemente, ¿qué está pasando? ¿Por qué tanta violencia, corrupción y división social? ¿Qué está pasando con nosotros?, ¿dónde está Dios? Creo que hemos hecho mal la pregunta, no es ¿dónde está Dios? Más bien, ¿dónde hemos colocado a ese Dios?

El mundo actual está perdiendo el rumbo porque ha apartado su mirada de Dios y es la única razón que  desatado una hecatombe de problemas, de violencia y todo lo que ya sabemos; solo basta con ver los noticieros para confirmarlo. Hemos apartado a Dios de todo, Él no figura en la vida de muchos, en las escuelas, instituciones gubernamentales y en las familias mismas, no es correcto hablar de Él, porque puede causar confusión y lo peor puede ofender la susceptibilidad de muchos que no creen en Él. Que necio se ha vuelto el mundo, continua llamando verdad al sinsentido, cree poder sobrevivir sin la verdad y sin el calor del amor misericordioso de su creador. Esta sociedad tiene vergüenza de aceptar la verdad en sus vidas, pero se siente orgullosa de predicar el absurdo a todo pulmón. Una cosa tengo clara, que el día que dejemos de creer en Dios completamente, ese día será el final de todo, porque nos congelaremos completamente en nuestros egoísmos y nos aniquilaremos mutuamente, porque no soportaremos el absurdo de la maldad.

Jesús nos dejó bien claro, que nada podemos hacer sin Su ayuda, nada tiene sentido sin Su presencia y sin Su amor; “Sin mi ustedes no pueden hacer nada” (Jn 15, 5), esto indica que todo lo que hagamos y todo lo que vivamos no tendrá sentido ni razón de ser, si no es con Su ayuda; si Él no está presente en nosotros,  nuestra vida pierde toda razón de ser.

Y es aquí donde brota la respuesta al sinsabor e infelicidad humana, cuando perdemos el contacto con Dios, todos nuestros anhelos de superación y crecimiento espiritual pierden su objetivo, y comenzamos a olvidar nuestro propio origen, y nos comenzamos a volver vacíos y las dudas vienen a nuestra vida. Y comenzamos poner nuestra mirada aquí en los bienes materiales y olvidamos que estamos llamados a algo mucho más grande. 

Cuando se está de la mano de Dios, se tiene claro que por vocación, se aspira a la plenitud de vida, sencillamente porque a eso se está llamado, porque a eso se orienta todo su ser. El ser humano sabe bien que tal plenitud y felicidad no es algo ya dado, sino algo que debe buscar y conquistar en los días que le tocan vivir en este mundo. Lo cierto es que todos estamos continuamente en búsqueda de una vida plena, plena de gozo y felicidad: ella es para nosotros como una exigencia profunda, una “necesidad vital”.

Pero, ¿de dónde viene este anhelo? Dios, autor de nuestra vida, nos ha creado para que participemos de Su misma vida y felicidad infinitas. Él ha puesto ese sello en nosotros para que lo busquemos. Es la razón por la que experimentamos ese impulso interior, esa “sed de infinito” que nada puede apagar, esa necesidad de plenitud y felicidad.

El sentido de la vida del ser humano, solo puede entenderse y disfrutarse en plenitud cuando este, vive en una relación vital con el Señor Jesús, quien es la vida misma y quien es la fuente la vida de toda la humanidad. Los cristianos incorporados a Cristo por el Bautismo y en la medida en que cooperamos con el don del amor derramado en nuestros corazones y cuando nos abrimos al dinamismo de la gracia vivificante, glorificamos al Padre con la alegría y el entusiasmo manifestado en nuestra vida, que se vuelve un rostro pleno de amor.

Por tanto, solamente siguiendo los pasos del Señor Jesús, es que aprenderemos que la vida solo adquiere sentido cuando se está con Él, cuando se le acepta como dueño de nuestro ser, solamente entonces entenderemos que vida conlleva la pedagogía de la alegría y del dolor, que solamente cuando entendamos que esto no significa ausencia de Dios sino crecimiento divino, entonces podremos vivir en plenitud.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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