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Ten Misericordia de nosotros y del mundo entero

Alexander Diaz

A triptych featuring images of St. John Paul II, Our Lady of Czestochowa and St. Faustina Kowalska is seen on Divine Mercy Sunday April 11, 2021, at Holy Cross Church in the Queens borough of New York City. The triptych, which was dedicated by Auxiliary Bishop Witold Mroziewski of Brooklyn, N.Y., during a Divine Mercy Sunday Mass at the church, will travel to Polish-American Catholic communities in the Diocese of Brooklyn and elsewhere on the East Coast for use in novenas to St. John Paul. (CNS photo/Gregory A. Shemitz)

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Todos los años, la Iglesia universal celebra el “Domingo de la Misericordia Divina” el segundo domingo de Pascua, fiesta que fue establecida por el Papa San Juan Pablo II el 30 de abril del 2000. El Papa, iluminado por la gracia divina del Espíritu Santo, descubrió que en el evangelio que leemos este domingo, Jesús resucitado muestra el amor y la misericordia por aquellos apóstoles asustados y dudosos; no obstante a su actitud, les concede el poder de administrar la gracia a través del sacramento de la confesión. Se presenta a los once y los mira con amor, descubre que su corazón esta turbado; por eso, les tranquiliza diciendo, “La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes”. Luego, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar” (Jn 20:19-23).

Pero este amor no se quedó ahí. Jesús mismo, muchos años más tarde, manifestó más claramente su amor por la humanidad cuando se le apareció a Santa Faustina Kowalska — religiosa polaca a la cual le confió la difusión de la devoción a su divina Misericordia por medio de una serie de revelaciones entre 1931 a 1938 — manifestándole el amor profundo por la humanidad y, a pesar de los pecados que se cometen, si nos acogemos a su misericordia, él nos perdonará.

La Santa escribió en su diario literalmente lo que Jesús le pide, “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio para todas las almas y especialmente para los pobres pecadores. En ese día se abren las profundidades de mi Misericordia. Yo derramo un océano entero de gracias sobre aquellas almas que se acercan a la fuente de Mi Misericordia. El alma que irá a la Confesión y recibirá la Sagrada Comunión obtendrá el perdón completo de los pecados y el castigo. Ese día, se abren todas las compuertas divinas a través de las cuales fluye la gracia. Que nadie tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como el escarlata” (Diario, 699).

Este próximo domingo celebraremos esta fiesta, y creo que es una gran oportunidad para refugiarnos en su misericordia, porque todos somos pecadores. Al mismo tiempo, es una gran oportunidad para meditar sobre nuestra propia santificación y la del mundo entero; precisamente en estos momentos en los cuales el mundo agoniza por la guerra, el hambre y la miseria moral que con sus tentáculos diabólicos está arrastrando a muchos a la perdición, por división y la falta de fe y el irrespeto por lo sagrado. San Juan Pablo II gran promotor de esta devoción afirmaba “¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad.” (Misa de consagración del Santuario de la Divina Misericordia 08/17/2002.)

Cuando leo detenidamente las palabras que el Papa expresó hace veinte años y veo la realidad de hoy, me doy cuenta que no hemos cambiado, y es preocupante porque el mundo no ha entendido que Dios nos quiere para sí, y sólo a través de él podemos encontrar la paz, el perdón, y la reconciliación; el hambre que adolecemos hoy no es más que hambre del amor misericordioso de Dios y esa hambre se expresa en todas las atrocidades de las cuales todos somos cómplices; la soledad, el aborto, el irrespeto al matrimonio y a todo lo sagrado, la falta de compasión por los más necesitados y el incremento de la violencia, el racismo y la corrupción, etc. Es urgente que volvamos a Dios, es urgente que nos acojamos a su divina misericordia.

Les invito a que este próximo domingo nos consagremos a su corazón misericordioso, hagamos un pacto de esperanza con él y nos volvamos divulgadores de su misericordia.

El Padre Díaz es párroco en la Parroquia Reina de los Apóstoles en Alexandria.

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